Tecnología
Paralelamente, aunque se hablaba cada vez más de corrupción general, a medida que estallaban cada día escándalos de corrupción política (caso Gürtel, caso Urdangarín, ERES y PER en Andalucía, evasión de capitales…), sin embargo cabe afirmar que no se hablaba suficientemente, si tenemos en cuenta que la corrupción de la que se hablaba se circunscribía a la «corrupción ilícita», circunscrita en su contenido –para utilizar los términos de Jenofonte– al terreno de la economía idiotética y doméstica (es decir la corrupción de funcionarios o políticos que manipulaban fondos públicos para derivarlos a su economía personal o familiar), pero dejando de lado otras corrupciones, acaso más graves, a saber, las que tenían que ver (y seguimos utilizando la terminología de Jenofonte) con la economía satrápica (la autonómica y local), la economía basilical (o regia) y la economía política (o estatal, incluyendo a los partidos políticos). ¿Acaso no es políticamente más grave que la corrupción personal o doméstica la corrupción de los gestores locales o autonómicos, que derrochaban millones de euros en obras faraónicas –aeropuertos, ferrocarriles de alta velocidad, universidades, embajadas– y ello aún suponiendo que no desviaban parte de los recursos a su economía idiotética o doméstica?
